Leer a Gabriel García Márquez es un placer que se
disfruta continuamente
El Gabo |
Cien Años de Soledad |
En “notas de prensa 1980 – 1984” hay muchos relatos breves
que por la calidad en la redacción de su contenido y el enganche emocional que generan en los lectores, por la
forma como son tratados los temas, permanecen en la memoria mas allá del tiempo
cronológico en el cual sucedieron y fueron reseñados por Gabriel García Márquez.
Unos mas y otros menos, pero todos interesantes. Así los recuerdo.
Ésta es la historia, así me la contaron:
Los personajes
Carlo Di Lucca, presidente de un gran imperio
industrial, uno de los hombres mas influyentes de Italia, elegante y simpático.
Las fiestas de Roma o de Milán no tenían sentido sin él. Conversador brillante,
tocaba el piano, la guitarra y el saxofón, cantaba y bailaba como si fuera su
oficio, piloto experto,
prestidigitador asombroso y un increíble imitador de
los personajes de moda
En su matrimonio la armonía y estabilidad con una
esposa bella, distinguida y su único hijo, Piero, de ocho años. Parecían
felices.
Silvio Peñalver, emigrante latinoamericano, tímido,
muy capaz, que en pocos años había logrado una buena posición en las empresas di
Lucca.
Peñalver es el otro personaje de este relato, él
sentía una inquietud secreta por la felicidad ostentosa de di Lucca. Le
molestaba también su doble personalidad: mezquino y autoritario en el trabajo
y un encanto deslumbrante en su vida pública.
Los hechos
En una fiesta de la empresa, a la cual fue invitado
Peñalver, por primera vez, concibió un mal pensamiento, y se arrepintió de
inmediato, de que a Carlos di Lucca le hacia falta una desgracia para que
conociera los limites de la felicidad.
Un domingo de primavera Peñalver estaba encendiendo
la motocicleta para volver a su casa, cuando Piero se le acercó para pedirle
que lo llevara a dar una vuelta. El pequeño di Lucca había estado jugando solo
y logró burlar la vigilancia de la servidumbre.
Peñalver decidió complacerlo, pero antes de arrancar
le hizo poner el casco protector que llevaba siempre consigo para su hijo y le
dio unas indicaciones de seguridad vial para andar en motocicleta.
Era una sola vuelta, pero el niño insistió y así
fueron dos, tres, cada vez mas lejos de la casa y así, de pronto, Peñalver se
dio cuenta, como una tentación de su lado oscuro le decía que tenia en sus
manos la felicidad de su inquietante patrón. Entonces dio una vuelta completa,
sin ningún plan, y apretó a fondo el acelerador alejándose de la casa. El
pequeño Piero cantaba de jubilo.
En manos de la maldad o victima de sus debilidades morales ?
La primera llamada de Peñalver, movido por sus bajas
pasiones, la realizó desde un café, tapando la bocina con un pañuelo como había
visto hacerlo en las películas.
Los empleados domésticos le informaron que los
patronos estaban uno en viaje a Nueva York y la esposa estaba en Holanda.
Le dijo entonces al mayordomo que hablaba en nombre
de un tal movimiento de igualdad laboral y justicia proletaria, que el único
hijo de di Lucca estaba en su poder y que debían entregarle cincuenta millones
de dólares en un plazo de veinticuatro horas para liberar al niño.
Habló con voz seria y terminante, y el plazo feroz,
apenas si daba tiempo para pensar.
Carlos recibió la noticia llegando a Nueva York y de
inmediato hizo regresar su avión a Roma.
La última jornada en dos escenarios
En la mansión
Así empezó esa jornada inédita en la vida de di
Lucca, Peñalver lo había sacado de su área de confort, a él, un hombre
acostumbrado a los paraísos artificiales del poder.
En los arrabales
Para Piero, en cambio, había de ser un domingo
distinto.
Peñalver sabia hacerse querer de los niños y conocía
todos los lugares de diversión infantil, los frecuentaba acompañado de su
pequeño hijo Silvino, a quien adoraba.
Al pequeño di Lucca lo llevo a todos, quien de pronto se sintió
liberado de las normas rígidas de sus vigilantes domésticos. Vio una película de dinosaurios, comió
helados y dulces hasta saciarse. Caminó descalzo, jugó con barro y subió a
todos los aparatos de la ciudad mecánica. Nunca había sentido tanta libertad.
Al anochecer Peñalver llegó a su apartamento con el
pequeño botín de los di Lucca. Su mujer y su hijo lo esperaban para cenar.
Peñalver explicó la presencia del niño por la ausencia de su padre en la
ciudad, quien ante la insistencia de Piero, accedió que lo llevara a su casa a
dormir para que compartiera con su hijo. Los niños se entendieron muy bien, y
la cena fue muy divertida.
El desenlace
A Peñalver le parecía una inmoralidad que Carlo di
Lucca fuera tan feliz, y quería darle al menos un domingo de angustia. Angela,
su esposa, una mujer sensata descubrió todo el engaño de su esposo y le hizo
ver que, de todos modos pagaría caro aquella broma pesada.
Discutieron el asunto y acordaron que el día
siguiente, muy temprano, el niño volvería a su casa sano y salvo.
Carlo di Lucca no durmió en toda la noche. La
discusión con sus socios fue larga y difícil, pero al amanecer estaban las
maletas de dinero, venidas de diversas fuentes, acumuladas en el despacho,
preparadas para la entrega.
A las siete de la mañana, cuando esperaban por las
instrucciones para pagar el rescate, fueron sorprendidos por la noticia de que
Piero había vuelto.
Peñalver había llevado al niño hasta el parque
cercano, y allí lo despidió con indicaciones de volver a casa sin rodeos. El
niño se alejó sin mucho entusiasmo, triste de que la gran aventura de su vida
hubiera terminado.
Ninguno se había dado cuenta que unos policías,
disfrazados de barrenderos los había descubierto
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Escena final
Carlo di Lucca, desgarrado por la tensión y la vigila
forzada, salió corriendo a recibir a su hijo. En ese instante se detuvo frente
a ellos el coche policial donde llevaban preso a Peñalver.
Carlo di Lucca comprendió entonces la verdad, y
descargó contra su subalterno toda la furia reprimida durante casi veinte horas
de ansiedad.
El niño aún en brazos de su padre, tuvo un instante
de incertidumbre, cuando la patrulla arrancó con su escandalo de luces y
sirenas, se soltó de su padre y corrió detrás del coche policial,
llorando a gritos, para que regresara el falso papá
que le había regalado su único domingo feliz.
Créditos
Esta nota de prensa fue publicada el 12/5/82. La
leí en una recopilación publicada por
GRUPO EDITORIAL NORMA, y así lo recuerdo.